martes, 11 de marzo de 2008

Adelanto Jardines del Cielo


Los jardines del cielo

Por: Pola Augier


La historia de un proyecto político, de un partido revolucionario, es un complejo entramado de acontecimientos que van marcando un camino irregular. Allí están los documentos, las operaciones, las crónicas periodísticas y los balances ensayísticos sobre la experiencia del PRT-ERP en Argentina, la organización marxista de mayor desarrollo en la historia local. Pero también están las voces de sus protagonistas, de aquellos que lograron sobrevivir a la derrota. Y con el tiempo, llega el turno de escucharlas contar un relato que es complemento profundo y humano. Los jardines del cielo. Experiencias de una guerrillera, de Pola Augier es una mezcla de miradas entre el registro vertiginoso de un Partido revolucionario y la experiencia personal de un puñado de jóvenes ante un desafío radical. Mitad biografía y mitad apuntes de época; el relato de Pola (una de las fundadoras del ERP y co-responsable del aparato de Inteligencia del PRT) es un acercamiento desde un perfil nuevo. La vida cotidiana en el Partido, la felicidad de la militancia, el paulatino crecimiento del terror militar, pero también la maternidad, la amistad, la presencia femenina y la plenitud por compartir con miles un proyecto en común; se dejan leer en este libro imperdible, del que ahora publicamos un capítulo como adelanto y que a partir del 5 de marzo podrá leerse, sin costo, en nuestra página web.
Clandestinos dentro de los clandestinos
Al llegar a Aeroparque, con José recién nacido, la esperaba un compañero que la trasladó a una casa quinta en la provincia de Buenos Aires. Allí la encontraría Mariano. En ella vivían Alberto, miembro del buró político, su esposa e hijos. La alegraba saber que tendría cerca una compañera con experiencia en la difícil labor de ser madre y a quien podría recurrir, ante la infinidad de dudas que la embargaban acerca de los cuidados de un niño.
A pesar de no conocer el lugar donde la llevaron, se sintió en casa. La calidez, el cariño, la absoluta certeza de que todos estaban dispuestos a dar su vida por el otro, establecían lazos humanos indestructibles que en absoluto volvería a encontrar. A pesar de las tensiones diarias de la clandestinidad, se sintió segura con su bebé. En la cocina hervían permanentemente: o las mamaderas de José, o sus pañales, o el agua; era zona invadida por la aprensión de Paula a que su hijo contrajera alguna enfermedad. Los demás habitantes tenían dificultades para hacer uso de lugar; aunque molestos, demostraron infinita paciencia. Paula no se despegaba un minuto de José.
Una tarde calurosa tendió una manta, sobre el césped del jardín, para que José tomara sol. Sentada en una mecedora, bajo una canaleta del alero del techo, lo observaba mover en sus manitas un juguete de colores. La primera gota la sintió sobre su hombro, miró instintivamente al cielo que estaba azul sin mínima mácula blanca. Rápidamente el líquido se convirtió en flaco chorro; creyó habría algún desperfecto en el tejado. Al retirar la silla, un leve murmullo de risas contenidas la hizo caminar unos pasos hacia la esquina de la casa; allí, estaban las temidas mellizas, hijas de Gorriarán, de tiernos cinco años, quienes trataban apresuradamente de bajar del techo. Les preguntó qué hacían y ellas contestaron: “Pipí”. Eran bellísimas, imposible enojarse con ellas. En ocasiones, pasaban el día en la casa, ellas y algún otro niño, todos hijos de compañeros; el lugar parecía un jardín de infantes infernal.
(...) Al cumplir un mes el bebé, Santucho la llamó. Con voz grave y la seguridad que lo caracterizaba le dijo: “Josecito -hablando en chiquito, a lo que tan afecto son los norteños- ya pasó la etapa más difícil; creo que ya podés dejarlo con alguien que lo cuide y dedicarte a alguna tarea. Se formará una unidad de inteligencia y necesitamos en ella gente de mucha confianza. Tendrá un área operativa de la cual se hará cargo el Cuervo y una de análisis a la cual queremos que vos la dirijas. El capitán Pepe será el jefe. Este aparato de inteligencia será independiente de la inteligencia operativa del ERP y dependerá del Buró Político, máximo órgano de dirección del PRT”. Ya existían pequeños equipos de inteligencia del ERP que respondían a su Estado Mayor. Ellos se dedicaban, especialmente, a recabar información para operaciones del ERP.
Para Paula, lo que ese hombre decía o hacía era sagrado; una cosa era el partido y otra, el Comandante. Si él le decía que la necesitaba, ella no dudaba que debía cumplir. De esa manera, se integró nuevamente a una tarea concreta dentro de la organización, luego de casi seis meses de inactividad.
Mariano y ella fueron a vivir con una pareja de señores mayores, padres de una compañera, quienes les servirían de “cobertura”. Ellos le darían el movimiento normal a la residencia y justificarían ante los vecinos las constantes ausencias de la joven pareja.
Cuando José cumplió cinco meses, Mariano lo descubrió. Enloqueció de amor. Cada cosa que el bebé hacía la magnificaba, babeándose ante los demás. Ante un cambio tan radical, Paula más tarde pensaría que, de alguna manera, él sabía que el tiempo con su hijo no sería mucho. Encontraba espacio para su niño. Estaba totalmente prohibido tener fotos de ellos o de algún miembro del partido. Sin embargo, llegó un día con una cámara y le tomó decenas a José. A pesar de los avatares que se sucederían, su madre pudo rescatar algunas, que se convirtieron en parte de los pocos objetos recordatorios de la relación de José con su padre. Lo hechizaba llevarlo a la calesita; gritaba, saltaba, corría con el niño en brazos buscando el caballito de mayor ostentación o el autito más brillante. José había cumplido un año de vida y aplaudía con entusiasmo los arrebatos de su padre. Ella nunca lo había visto divertirse tanto. Se transformaba en un niño cuando estaba con su hijo y Paula sentía que todo lo que había tenido que pasar había sido resarcido con creces.
La pareja mayor se ofreció amablemente, desde un principio, a cuidar el bebé, quien contribuiría a la relación con los lugareños. Para Paula, la mística y la disciplina no llegaban a su hijo, terreno que ni Mariano ni el Comandante pisaban. Prefería tomar el bolso con todas sus cositas y partir desde muy temprano con él. No se le despegaba. Recorría de punta a punta la gran ciudad con el niño a cuestas. Lo cambiaba en el banco de una plaza, bar o restaurante. Tenía que beber su biberón mecido por un tren o un colectivo. Dormían la mayoría de las veces en casas diferentes. Estaba segura de que mientras estuvieran juntos, nada les pasaría.
Dentro del partido, el machismo no era diferente al resto de la sociedad. En la unidad de inteligencia, el área de análisis estaba integrada en su mayoría por mujeres y operaciones por hombres, salvo Leonor, la mujer de Mangini. Paula, luego de mucho tiempo, se percató de que para ellas eso era normal, no había cuestionamientos.
El Comandante le daba gran importancia a ese aparato. No tenía contacto con nadie hacia los lados, solo para arriba. Eran clandestinos dentro de los clandestinos. Incluso algunos miembros del buró político, máxima dirección de la organización, no conocían con claridad cómo funcionaban.
En esos intrincados laberintos, conoció a Yoli. Desde la primera vez que la vio, juzgó que era alguien diferente. La recibió con mucho afecto, tranquila, sin la gravedad electrizante que generalmente se sentía ante un nuevo responsable. Paula sabía que la fama de dura la precedía.
La encontró en una esquina, menuda, vivaracha, pelo de Latinoamérica, ojos de gacela alegre, pecas en la nariz, sonrisa de hoyuelo. Se montaron a un colectivo para visitar a unos simpatizantes que prestarían la casa para reuniones. Las recibieron con gran calidez. El respeto y la falta de formalidad la hicieron sentir como si ella fuera parte de la familia. No tardaría en darse cuenta de que la diferencia radicaba en el trato que Yoli daba a cualquier ser humano y recibía a cambio lo merecido. Se detenía en cada detalle de la vida cotidiana de cualquiera y, con una sonrisa, sugería la solución más sencilla a sus problemas. Ella tuvo el mérito de reconciliarla con los porteños.
El compañero de Yoli había desaparecido. A diferencia de la mayoría de las personas que se encontraban en su misma situación, ella siempre hablaba de él con mucha alegría. Podía estar muerto, pero para ella era algo muy vivo. Al igual que Paula, se desplazaba a todos lados con su pequeño hijo, Pablito.
Tener una foto de un compañero clandestino, aunque fuera su pareja, constituía pecado mortal. Mucho más, si estaba desaparecido. En una de las tantas ocasiones que llevaron a los niños a jugar en la arena, sentadas las madres en un banco de la plaza, Yoli introdujo una mano en su cartera y sacó de ella, envueltas en una bolsa plástica, varias fotografías. Con chispas de picardía en sus ojos, le mostró fotos de su compañero y de algunos familiares, mientras le hablaba alegremente de cada uno de ellos. A Paula no se le ocurrió, ni por un momento, hacerle un llamado de atención. Poco a poco, suave y pausadamente, como todo lo que ella hacía, Yoli le fue demostrando que ellas tenían necesidades iguales a las de cualquier ser humano, no eran especiales ni diferentes, no eran super mujeres.
(...) Paula y Yoli, luego de una reunión, caminaban juntas rumbo a sus respectivas paradas de colectivo. Yoli llevaba, camuflados en las tapas de un cuaderno, importantes documentos de un archivo elaborado por ellas sobre las Fuerzas Armadas del país, con datos proporcionados por informantes del partido. Llegaron a procesar un organigrama, casi exacto y completo del Ejército y los nombres de cada uno de los jefes más importantes y parte de su biografía y currículo. Al día siguiente, debían ser filtrados a microfilms y transportados a un “buzón” que solamente ellas conocían. En esa ocasión, Yoli agregó dos ejemplares del periódico del partido llamado El Combatiente, órgano oficial y público del PRT, aunque se distribuía clandesti-namente. Los había colocado en una carpeta. Paula le sugirió: “Yoli, mejor tirá los Combatientes, si te paran no sólo te estás arriesgando vos”. Ella le contestó: “Me queda poco para llegar a casa, se los prometí a alguien”. Mirándola con sus bellos ojos hizo un gesto de “¿puedo?”. Paula calló y cruzó la calle hacia su parada. Los miembros de la inteligencia no podían, bajo ninguna circunstancia, transportar materiales de su trabajo con propaganda o documentos del partido. Aunque eran clandestinos, estaban amparados por una infraestructura y documentación falsa de “primera”.
Mientras miraba a Yoli alejarse, Paula vio aparecer abruptamente dos patrulleros en la esquina hacia donde su compañera se dirigía. Unos segundos después, apareció una moto de la policía haciendo chirriar sus frenos y montaron una “pinza”. Yoli ya no podía hacer otra cosa que seguir hacia ellos; retroceder hubiera llamado la atención. Paula, estática, esperaba su colectivo, haciendo esfuerzos para no temblar. No dejaba de mirar a Yoli avanzar, sin titubeos, hacia ellos.
El de la moto la paró. Paula, desde donde se encontraba, divisó el esplendor de la sonrisa de Yoli. El policía le indicó algo, ella, tranqui-lamente colocó la carpeta y el cuaderno sobre el asiento de la moto, buscó en su cartera y le entregó su identificación. También era clandestina, por lo tanto, su documentación era ficticia. El policía la revisó y se la devolvió. Seguida-mente, ella le entregó la cartera, él la abrió hurgando en su interior y la dejó pasar sin prestar menor atención a lo que había sobre el asiento de su moto. Sin perder la sonrisa, Yoli todavía se demoró un momento para arreglar algo. Levantó la carpeta, el cuaderno y continuó tranquilamente su ruta con su andar erguido y elegante
Comenzaron a tener señales de que podrían estar infiltrados. La dirección se resistía a aceptarlo. El pensamiento funcionaba más o menos así: ser militante del partido requería de una moral que solamente un revolucionario “aguantaría”. Por lo tanto, nadie que no pensara como ellos soportaría dentro de la organización sin llegar a tener un espasmo de arrepentimiento en una de las tantas sesiones de crítica y autocrítica. Los niveles de idealismo eran inauditos.
La inteligencia, liderada por el capitán Pepe, hizo lo posible e imposible tratando de explicar que eso era suicida e infantil. No había manera de que al menos la dirección hiciera un esfuerzo por pensar en el tema. Comenzaron insinuaciones sobre los militantes de la inteligencia, “¿No se estarían convirtiendo en unos temerosos pequeños burgueses a consecuencia de estar inmersos en un aparato tan ‘desligado’ de la realidad”? (léase: masas). Yolanda recordaba con tristeza las sonrisas sarcásticas de miembros del Comité Ejecutivo e incluso del Buró Político. Creía en muchos, pero para esa época comenzaba a dudar de algunos de los miembros de las instancias de dirección del partido. Sabían que la frasecita significaba ponerles el dedo en la llaga. Dentro del partido, ese tipo de descalificación era paralizante para la gran mayoría de militantes.
Cuando el Capitán Pepe entregó a la dirección un informe elaborado por la sección de análisis que, en síntesis, decía: “La moral dentro de la oficialidad joven del ejército enemigo es alta... La nueva camada de oficiales ha sido formada en la mística del deber de ‘salvar’ a la Patria. Para ellos es imperioso matar a todos los ‘comunistas terroristas’, a sus hijos, parientes, amigos y destruir, de esa manera, la ‘semilla’ sembrada en el país. No sólo entrarán al monte, sino que su mayor aspiración es hacerlo... están siendo entrenados para combatir la guerrilla con otro tipo de armas: la infiltración y el terror; esto enfrentará al partido a una forma de guerra diferente a la de las barricadas y ataques frontales”. La dirección del partido desechó esta posición, argumentando que ninguno de esos oficiales tendría el valor para llevarlo a cabo.
La presión que sufrían los miembros del aparato de inteligencia los hacía dudar de ellos mismos. Constantemente escuchaban: “Los compañeros de los frentes de masas dicen todo lo contrario”. Si dentro de la organización había palabras sagradas, estas eran “obreros” y “masas”. El supuesto más obrero era como el Papa para los católicos. En cambio, los miembros de la inteligencia debían guardar el equilibrio entre el filo de la organización y el contacto con los informantes. Debían vivir, moverse y actuar, en lugares impensados para los frentes de masas.
(...) Las presiones de los demás ámbitos del partido eran refrescadas por las iniciativas de algunos, no pocos, quienes provocaban estallidos de imaginación, ampliando el estrecho marco de las reglas para obtener resultados, aunque éstos no fueran reconocidos. Y, por suerte, Paula había logrado encontrar unos cuantos compañeros para quienes el ser revolucionario traspasaba la estrecha frontera de la supuesta “proletarización”; Yoli se destacaba entre ellos. Pero el peso de las “masas” peleaba en sus conciencias y, aunque hubieran encontrado contundentes evidencias; en muchas ocasiones, las dejaban pasar.
Paula, escéptica y mal pensada, aseguraba que esa actitud en contra del trabajo de la inteligencia era dirigida. La inexperiencia y preparación empírica del aparato, dotada de una buena cuota de sentido común, no era suficiente para muchos; utilizaban esos elementos como caballito de batalla para descalificar sus recomendaciones. El análisis objetivo de cómo sucedían ciertas caídas de compañeros y la información que lograban captar de las filas de la policía y el Ejército indicaban que, en sus filas, había infiltrados en un inquietante porcentaje; lo aceptaran o no.
No pasó mucho tiempo cuando la realidad, desgraciadamente, les dio la razón. Las caídas de compañeros comenzaron a incrementarse de manera alarmante. En la mayoría de los casos se producían sin explicación aparente. El Comandante la llamó nuevamente. El capitán Pepe, fuerte en sus convicciones, taladraba constantemente a Santucho con sus preocupaciones. Ellos le expusieron que se formaría un pequeño equipo de contrainteligencia con compañeros de probada trayectoria, quienes, apoyados en personal y cuadros, comenzarían a investigar las caídas de modo más puntual. Ella debería hacerse cargo de esa tarea sin dejar las otras responsabilidades: jefa de análisis y comisario política de esos aparatos. En caso de no poder Mangini, ella debía informar directamente al Comandante. La alegró constatar que en la dirección había un grupo importante, donde se incluía Santucho, que comenzaba a razonar sobre el tema.
José debería andar cada vez más en la calle colgando de su madre. Estaba acostumbrado, era casi un gitanito. Crecía y crecía. A pesar de la gran actividad que ella desarrollaba, las distancias que diariamente debía recorrer y las situaciones difíciles que pasaban, el espacio para su hijo era intocable. Su médico, su ropa, sus juguetes y su distracción se contaban dentro de sus tareas fundamentales y siempre tenía tiempo para ellas. Ya no era criticada dentro de la organización por dedicar parte del tiempo a su niño. El partido ya no era lo único; comenzaban a plantearse otro tipo de necesidades. Su muchachito estaba permanentemente con ella, más bien era parte de ella; sin él, sentía ser mucho menos que la mitad de algo.
Con la actividad en el nuevo equipo, nombrado directamente por el Comandante y formado exclusivamente por oficiales del ERP, a su vez militantes del partido, comenzó la etapa más triste y desesperante de su vida. Solicitó que Yoli estuviera en él: su sentido de la objetividad e imparcialidad serían esenciales en los análisis. Aceptaron la petición y Yoli fue ascendida a sargento. Paula percibía que ya no solamente olían al enemigo. Éste exhalaba su aliento nauseabundo en sus cuellos.
La amplitud que caracterizaba a Mariano desapareció por completo. Se envolvió en un rígido caparazón totalmente ajeno a su personalidad. Paula trataba de hablar con él. La posibilidad de razonar juntos cada día era más difícil. La subestimación del enemigo y los errores de apreciación política resultaron fatales para la organización.
Empezaron a salir del país compañeros que trabajaban en la periferia de la inteligencia. Palpaban que no habría forma de hacer reflexionar al partido, que parecía haber entrado en una vorágine muy difícil de detener. Al ayudar a viajar al exterior y despedir a dos de ellos, con anuencia de la dirección, reflexionó acerca de lo único sobre lo que tenía seguridad: tratando de preservar a su hijo, se quedaría con sus compañeros hasta el último momento.
Uno de los mayores ejemplos de esa ceguera fue el “Oso”, infiltrado del Ejército que ocasionó daños irreparables al Partido. Paula comentaba tristemente: “Mucho antes de Monte Chingolo lo habíamos detectado”. Estaba en la logística que dependía del Estado Mayor de Capital del ERP. Llamaron al jefe de la unidad, le explicaron puntillosamente sobre el cúmulo de señales que había sobre el sujeto a su mando. Pero no quiso creer. Las defensas que argumentaba se referían a hechos totalmente subjetivos; “es una buena persona”, “no tiene cara de mala gente”, “siempre dispuesto a ayudar”, “obrero”; cuando en realidad sus características respondían a las de un lumpen. Remitieron la información al Buró, éste solicitó se tuvieran en cuenta las recomendaciones de la contrainteligencia. El jefe de logística y compañeros que ostentaban diferentes responsabilidades presionaron y criticaron a Santucho para que “controlara” el “aparatismo” en que estaba cayendo el Partido. Juicio correcto en términos generales. Esto influyó para que dejaran de lado esa investigación, archivando el expediente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

AVOMPLA!!! a vencer o morir por la argentina
era el grito en las carceles tucumanas,
viva el prt-erp
viva el robi santucho
viva la revolucion
HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!!